Hay de tropiezos a tropiezos. Los hay de los que caen super bien: una buena oferta, un buen libro en la librería, un billete en el bolsillo, tráfico despejado; pero el más rico de todos: un buen amigo.
Ese tropiezo, además de intempestivo fue gratificantes, refrescante y energizante - si me falta algún adjetivo que diga lo bien que me cayó encontrarte, pues se lo ponés.
Me encontré con Fidel, un amigazo a quien le tengo una parcela en mi corazón.
Este hombre es grande - en todos los sentidos - y su avistamiento me llenó tanto, más que ver al Atlantis en su última misión. Me hizo pensar en los buenos tropiezos. Nos encontramos en un antro de perdición y consumismo. En la vorágine de gente fría, parece que creamos un nicho tibio en el que nos transferimos buenas vibras. Yo iba armada de un gran café, él solo su sonrisa y un fuerte abrazo de oso que me llenó por entero. Adentro y afuera.
La vida tiene estos momentos de reivindicación que agradezco, inmensamente. Le prometí escribir, y acá estoy escribiendo. Porque le dije: siempre hay que de qué escribir.
Fidel, vos sos de los tópicos que no se pueden dejar pasar para dedicarle una líneas en este espacio. Gracias por el tropiezo fortuito, el que nos permitió ponernos al tanto en tiempo récord y el que me permitió también recargar baterías, hacer planes y resolver el mundo linguístico en tan solo un tropiezo.
1 comentario:
Quiero a Fidel. Me identifico con tu post. Saludos y abrazos.
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