Sí, unos dirán: ¡¿Se tardó tanto?!, pues sí, me tardé por respeto a lo que se tardó J.K. Rowling en escribirla, yo me tomé mi tiempo. Pero bueno, el punto es que Harry y sus siete aventuras multiplicadas por no sé cuántas más que se terminaron.
Debo reconocer la ardua tarea que le tomó a JK atar cabos, un poco forzados, para poder complacer el paladar de los más exigentes lectores de Harry, sin embargo en su esfuerzo logró unir algunos, dejar a la imaginación otros.
Lo que sí es innegable es la masacre que hubo con la idea de deshacerse de tanto personaje que quizás no podrían figuran en la estampita final de la novela, o quizás porque esto podría hacer parecer más sufrido al personaje principal. Desde el auror por excelencia: Ojoloco Moody, el simple elfo doméstico Dobby, pasando por el lobo que logramos soportar: Lupin y la extrovertida Tonks, hasta el ácido Snape (debo reconocer que su reivindicación estuvo genial, hasta el pensadero salió a resolver el misterio) y el singular Fred - sí, el que no tenía el agujero negro en su rostro- cayó combatiendo. No sé si hubiera tenido 12 años menos, o quizás 15; hubiera soportado tanta muerte.
El punto es que la misma fórmula sale: bien vrs. mal, magia negra vrs. magia blanca, el público agradece que no se complicara. La historia del niño que venció puede ser la historia de cualquiera. Funcionó.
Aunque hubiera querido ir a los funerales , uno por uno de los magos y las magas que cayeron, por mera nostalgia - sí, suena tétrico- pero es una buena forma de despedirse ¿o no?.
Pero como todo, esto tuvo que acabar con la sonrisa cómplice de que los nombres que sonaron al final fueron Albus y Severus.
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